sábado, 10 de mayo de 2008

La ciudad amarilla

POR:
MIGUEL GONZÁLEZ

Paredes de cartón en los preciados rascacielos de la amedrentada ciudad amarilla, hambrientos de poder, su feudo lucha por no ceder, un centímetro de la propiedad comunal, tras las trincheras de una ideología bélica y cobarde los primeros heridos son transportados en camilla y en la cordillera se derrumba un coloso disfrazado de mendigo con pensamientos arcaicos de la despiadada sociedad feudal.
En los campos de concreto se desarrolla un festival de ignorancia y necedad llevadas al límite por la altanería vestida de soberbia y desfachatez, aquel manipulador del inocente conoce su arsenal y esta dispuesto a llevar el conflicto a las máximas instancias.
La ciudad amarilla se hunde cada vez más con el peso de las arcas vacías que alguna vez pudieron rebosar en una abundancia soez y los techos de paja incrustados de joyas se queman bajo el mismo sol que un día los vio nacer en la inconformidad de la más grande resonancia.
Una muralla de convalecientes empieza a dividir a la amedrentada ciudad amarilla, una historia llena de eclipses fugaces capaces de atormentar al más sano de los pacientes mentales.
Parece que esta es la última fechoría del último gran hombre de la amedrentada ciudad amarilla, esperemos que se convierta en el ojo vigilante que necesitamos y no en el payaso hambriento de poder que ya no soportamos en los arrabales.
Acarreados por los desconciertos se moviliza el ejército carente de criterio personal, la selva de inconformidades esta perpleja por la nueva bestia de dos cabezas, una ideología, dos deseos que satisfacer.
Pan y circo alimentan a un malentendido gobierno del pueblo, las bases son correctas, pero el trastornado deseo de poder cobra aranceles mentales imposibles de aforar.
La ciudad amarilla se derrumba tabique por tabique, pero no colapsa, se tambalea, pero se mantiene en pie. Bestias, déspotas, maniacos, reyes y duques la han querido conquistar. Pero yo estoy seguro que algún día, que algún buen día, el sol realmente ilumine los campos de la amedrentada ciudad amarilla.

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